Después de haber visitado Castroviejo, y debido a que la carretera muere en ese tranquilo y serrano pueblo riojano, retrocedimos sobre nuestros pasos.
Llegamos a Santa Coloma, y aparcamos en una de sus céntricas calles, al salir del coche, un vecino que se encontraba apoyado en el postigo de su puerta, extrañado y también por curiosidad al vernos cargados con nuestras cámaras, nos preguntó ¿Qué era lo que íbamos a hacer y el por qué? Sin darme tiempo a darle una respuesta, me dijo que si quería fotografiar cosas, podría pasar a su casa ya que él tenía objetos interesantes.
Miré a mi marido, que ya se estaba adentrando en otra calle del pueblo, como preguntándole qué hacer, y algo extrañada, y sin que me diese tiempo a decir nada, él abrió la puerta de su vivienda y me hizo pasar.
Nada más entrar, me mostró una barra de bar que él mismo había hecho y que justamente el día anterior la acababa de colocar, me dio paso a una habitación que tenía a su izquierda, y me quedé sorprendida de la cantidad de objetos que tenía, todos hechos con raíces, maderas, cepas.
Llegamos a Santa Coloma, y aparcamos en una de sus céntricas calles, al salir del coche, un vecino que se encontraba apoyado en el postigo de su puerta, extrañado y también por curiosidad al vernos cargados con nuestras cámaras, nos preguntó ¿Qué era lo que íbamos a hacer y el por qué? Sin darme tiempo a darle una respuesta, me dijo que si quería fotografiar cosas, podría pasar a su casa ya que él tenía objetos interesantes.
Miré a mi marido, que ya se estaba adentrando en otra calle del pueblo, como preguntándole qué hacer, y algo extrañada, y sin que me diese tiempo a decir nada, él abrió la puerta de su vivienda y me hizo pasar.
Nada más entrar, me mostró una barra de bar que él mismo había hecho y que justamente el día anterior la acababa de colocar, me dio paso a una habitación que tenía a su izquierda, y me quedé sorprendida de la cantidad de objetos que tenía, todos hechos con raíces, maderas, cepas.
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Cientos de gayatas, rodeaban las cuatro paredes de la habitación, los había de mil formas, como uno que tenía un nacimiento tallado en su mango y los tres Reyes Magos en el palo. Un mapamundi hecho con las raíces de un árbol
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Tenía colecciones de llaves, herramientas, un sin fin de cosas, entre ellas un montón de cencerros que colgaban del techo. Todo lo mostraba con mucha ilusión y se notaba que estaba muy orgulloso de su colección.
Le hice un montón de fotos y le pregunté su nombre ya que le comenté la existencia de mi blog, pero me dijo que no quería publicidad, solo me lo mostraba porque si, tan solo me dijo, que él era natural de Castroviejo.
Estoy segura de que si alguna vez pasáis por Santa Coloma, también os lo mostrará.
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Me despedí de él y me puse a caminar por sus tranquilas y solitarias calles, me crucé con una de sus vecinas que caminaba portando un cubo. Seguro que se encontraba realizando sus quehaceres cotidianos
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Llegué a una céntrica plaza, donde se encontraba la iglesia parroquial de la Asunción, construida a principios del S. XVI en sillería por el arquitecto Martín de Mucio y su hermano Juan.
Los restos de Santa Coloma, se encuentran en la villa del pueblo, en lo que primero fue una ermita, luego un monasterio, y ahora su iglesia.
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Este pueblo se encuentra en la falda del Serradero, muy cerca de Nájera, en el valle del Yalde. |
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Caminando por sus calles pude ver distintas construcciones, algunas con restos de la época medieval y casonas nobles como esta que conserva su escudo.
El origen de este pueblo riojano, surge del culto a Santa Coloma. hay una leyenda popular que dice que Santa Coloma procedía de una familia adinerada de Tricio, en la época en la que los árabes ocupaban esta zona. Santa Coloma fue presionada por su familia a renunciar su fe cristiana y a casarse con un infiel. estando en desacuerdo, escapó de su familia y se ocultó en una cueva donde vivía un oso, cuando fue descubierta y capturada, la asesinaron y decapitaron consiguiendo a así su estado de mártir.
Como esta que conserva el madero que atravesando en lo alto del vano, sostiene un muro de adobe.
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De repente vi venir hacia mí un vehículo tocando el claxon, como alertando a los vecinos de su llegada. Me giré y vi que era el panadero llevándoles el pan, fue una sorpresa para mi ya que desde que era niña, nunca había vuelto a ver algo similar, y eso me hizo retroceder a mi infancia.
Mis padres compraron un terreno en La Presa, cerca de Manises, en la provincia de Valencia, e hicieron construir una vivienda, donde solíamos pasar los veranos, le llamamos "Villa Pavisil" Pa de Paqui, así era como me llamaban por aquél entonces, Vi de Vicente, mi hermano y Sil de Silvia, mi hermana. Allí no había ni luz, ni agua, ni carreteras. Nada de nada, solo un grupo de casas, que poco a poco fueron creciendo, pero que por mucho tiempo no tuvo ninguna mejora urbanística.
Como no teníamos tiendas, todos los días venían a traernos el pan, igual que en Santa Coloma, llegaba un R-4 cargado de pan. Siempre aparcaba debajo de un gran pino que estaba justo detrás de nuestra casa y tocaba el claxon para avisarnos. Mi madre enseguida me daba el dinero y la bolsa de pan y yo corría a comprarlo. No solo venía el panadero, también nos traían la fruta, pescado etc. ¡Que tiempos aquellos! Por eso lo sorprendente para mi fue ver que después de los años que han pasado, todavía perduran costumbres como esas en España.
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Nos marchamos de Santa Coloma dirección a Manjarrés, dejando a sus vecinas charlando en la esquina de una de sus viviendas con las barras de pan en sus brazos.
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