miércoles, 11 de enero de 2012

DE SAN MARTÍN DE BERBERANA A ALCANADRE

Nuestro siguiente destino, después de visitar el despoblado de San Martín de Berberana era Alcanadre, lo más normal hubiese sido volver a Arrúbal y coger la N-232, pero con lo que le gusta a mi marido meterse por los caminos, decidió continuar por el mismo que nos había llevado hasta allí, y sin saber dónde nos llevaría.
Ya sabéis que a mí eso no me hace ni pizca de gracia, pero el camino, que coincide con la GR99  y que circula entre el río Ebro y la vía férrea,  realmente no estaba mal.
Aunque no sé si después de llevar un rato circulando se arrepintió de haberlo tomado, ya que habían grandes charcos con barro, y de vez en cuando era tan estrecho que las ramas de los matorrales nos rozaban y rallaban el coche, pero como no podíamos maniobrar para dar la vuelta, continuamos hacia delante.
 En ningún momento llegué a preocuparme, y fui disfrutando del paseo todo el rato. Las aguas del Ebro corrían río abajo a nuestra izquierda y muy cerca del camino. Llegamos a comentar que seguramente, cuando baja muy crecido, posiblemente sus aguas lo invadan todo. En un momento cruzamos la vía del ferrocarril y el camino ya se hizo mucho más ancho.

Cortados de Aradón


 Me sorprendieron estos cortados naturales, entonces agradecí el haber tomado el camino, ya que pude disfrutar de este gran farallón, formado por potentes estratos de yeso, y tengo que deciros que me impresionaron sus diferentes tonalidades y su gran tamaño. Un espeso bosque de pinos cubrían sus faldas y los viñedos bordeaban el camino.


 Este nos llevó hasta la ermita de Aradón, es el único resto que queda de la abadía de la antigua villa de Aradón, lugar de reminiscencia templarias y donde antiguamente se encontraba un desaparecido templo románico. Según cuenta la tradición, se dice que desapareció al romperse la barrera de una laguna y que arrasó todo.


Observando las formas que nos dejaban las nubes, continuamos el camino que pasaba entre campos de almendros, olivos y algún pequeño barranco que las aguas de la lluvia habían formado.


 Y por fin, en la lejanía apreció ante nosotros el pueblo de Alcanadre rodeado de sus fértiles huertas, que son regadas por las aguas del Ebro que lo cruza y tengo que deciros que muy contenta de haber tomado ese camino.

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