La primera vez que vine a Logroño fue en septiembre de 1976, el motivo del viaje fue conocer a la familia de mi novio, mis futuros suegros. Son de Aragón, pero han vivido en La Rioja desde antes de que naciese mi marido, al que conocí en Valencia cuando vino a estudiar a La Universidad.
Nunca olvidaré aquél viaje, mi marido por entonces tenía un Vespa de color rojo, y decidimos venir montados en ella. Lo preparamos todo, y teníamos pensado salir al día siguiente por la mañana, pero de repente pensamos que por qué no hacerlo ya, y no tener que esperar hasta el día siguiente. Así que, cogimos todo, bajamos a la calle, nos montamos en la Vespa, y sobre las seis o las siete, de una tarde todavía calurosa del mes de septiembre en Valencia comenzamos nuestro viaje.
Todo iba de maravilla, parábamos a repostar y a estirar un poco las piernas y de vuelta a la carretera. Llegamos a Las Cuestas del Ragudo, donde por cierto, que no se nos apareció la tan famosas rubia, que por aquél entonces todo el mundo comentaba que se aparecía por allí.
Al finalizar las cuestas, paramos en un bar que siempre estaba abierto las 24 horas y estaba repleto de camioneros, nos tomamos un café con leche bien calentito, unas pastas y, reanudamos nuestro viaje.
Pero aquí es cuando comenzó nuestro suplicio, una densa niebla llenó la carretera y, a parte de que nos impedía ver a dos palmos de nuestras narices, hacía un frío de espanto. Mi marido que por aquél entonces llevaba gafas, se las tuvo que quitar ya que se le empañaban y no le dejaban ver, íbamos super despacio, pendientes de la raya blanca que marcaba la carretera, por miedo a salirnos de ella y mirando las luces de los coches que nos venían de frente, que a causa de la niebla, parecían que estaban lejos, y de repente los teníamos encima. No había ni un lugar donde parar y cobijarnos ya que por entonces y a esas horas todo estaba cerrado.
Cuando llegamos a Teruel, creo recordar que fuimos a una estación, lo que no tengo claro es si era de tren o de autobús, y allí sentados en un banco y muertos de frío, ya que estábamos calados hasta los huesos, esperamos a que amaneciese y se despejase la niebla.
Cuando se hizo de día retomamos nuestro viaje, sin a penas haber dormido nada, y cansadísimos y yo por lo menos muerta de sueño, aquél viaje se me hizo insoportable y larguísimo, llegamos a Logroño, casi a las 4 de la tarde, de vez en cuando mi marido me iba dando golpes con la mano, ya que notaba por mi peso que me quedaba dormida en su espalda.
Así, que ya podéis imaginaros que aspecto tenía yo cuando mis futuros suegros me conocieron. Los días aquí en La Rioja fueron muy bonitos y lo disfruté mucho.
Mis suegros viven en Logroño, pero cuando mi marido era pequeño estuvieron viviendo en Murillo de Río Leza, y allí tenía grandes amigos y todos los fines de semana solían ir al pueblo a pasarlo con ellos, Francisco, Damiana. Teresa, que su marido era pastor y vivía en la calle de La Rosa, en la misma casa que vivió mi marido. Él siempre me ha contado aventuras de cuando era niño, de la escuela y también de cuando se bañaban en el río.
Lo que más recuerdo de todas las veces que solíamos ir a Murillo, ya que hasta que mis suegros y sus amigos se han hecho mayores, pues ahora ya superan todos ellos los 80, siempre que he vuelto a venir a La Rioja, visitábamos Murillo. recuerdo la comilonas que nos hacían en la bodega, ¡Que ranchos más deliciosos! con su conejo, caracoles, patatas y por supuesto el vino de La Rioja. Y las deliciosas chuletadas asadas con sarmientos.
El pueblo está dividido en tres partes. La Villa, el centro y Las Eras. Al otro lado del río, existe el barrio de Los Tomares o Las Bodegas.
Y para terminar, lo único que me queda decir de aquél mi primer viaje a La Rioja, es que cuando llegó el día que teníamos que regresar a Valencia y, por supuesto la idea era salir temprano por la mañana para hacer todo el viaje de día.
Recuerdo que era un domingo, nos levantamos, preparamos todo, nos despedimos de todos y al bajar a la calle, nos llevamos la gran sorpresa, de que nos habían robado la Vespa ¡Que desilusión! todos los días aparcada en la puerta y salimos y ya no estaba.
Corriendo fuimos a la estación del tren a comprar billetes, pero no les quedaba, lo que si que nos vendían eran dos desde Zaragoza a Valencia. Así, que mis suegros nos tuvieron que llevar con el coche, hasta Zaragoza y ya desde allí nos fuimos en tren.
Por eso nunca olvido mi primer viaje a La Rioja, pero a pesar de todo he seguido viniendo, y de hecho ahora resido en esta bonita, tranquila y además una de las regiones de España con menos contaminación. "La Rioja".
Nunca olvidaré aquél viaje, mi marido por entonces tenía un Vespa de color rojo, y decidimos venir montados en ella. Lo preparamos todo, y teníamos pensado salir al día siguiente por la mañana, pero de repente pensamos que por qué no hacerlo ya, y no tener que esperar hasta el día siguiente. Así que, cogimos todo, bajamos a la calle, nos montamos en la Vespa, y sobre las seis o las siete, de una tarde todavía calurosa del mes de septiembre en Valencia comenzamos nuestro viaje.
Todo iba de maravilla, parábamos a repostar y a estirar un poco las piernas y de vuelta a la carretera. Llegamos a Las Cuestas del Ragudo, donde por cierto, que no se nos apareció la tan famosas rubia, que por aquél entonces todo el mundo comentaba que se aparecía por allí.
Al finalizar las cuestas, paramos en un bar que siempre estaba abierto las 24 horas y estaba repleto de camioneros, nos tomamos un café con leche bien calentito, unas pastas y, reanudamos nuestro viaje.
Pero aquí es cuando comenzó nuestro suplicio, una densa niebla llenó la carretera y, a parte de que nos impedía ver a dos palmos de nuestras narices, hacía un frío de espanto. Mi marido que por aquél entonces llevaba gafas, se las tuvo que quitar ya que se le empañaban y no le dejaban ver, íbamos super despacio, pendientes de la raya blanca que marcaba la carretera, por miedo a salirnos de ella y mirando las luces de los coches que nos venían de frente, que a causa de la niebla, parecían que estaban lejos, y de repente los teníamos encima. No había ni un lugar donde parar y cobijarnos ya que por entonces y a esas horas todo estaba cerrado.
Cuando llegamos a Teruel, creo recordar que fuimos a una estación, lo que no tengo claro es si era de tren o de autobús, y allí sentados en un banco y muertos de frío, ya que estábamos calados hasta los huesos, esperamos a que amaneciese y se despejase la niebla.
Cuando se hizo de día retomamos nuestro viaje, sin a penas haber dormido nada, y cansadísimos y yo por lo menos muerta de sueño, aquél viaje se me hizo insoportable y larguísimo, llegamos a Logroño, casi a las 4 de la tarde, de vez en cuando mi marido me iba dando golpes con la mano, ya que notaba por mi peso que me quedaba dormida en su espalda.
Así, que ya podéis imaginaros que aspecto tenía yo cuando mis futuros suegros me conocieron. Los días aquí en La Rioja fueron muy bonitos y lo disfruté mucho.
Mis suegros viven en Logroño, pero cuando mi marido era pequeño estuvieron viviendo en Murillo de Río Leza, y allí tenía grandes amigos y todos los fines de semana solían ir al pueblo a pasarlo con ellos, Francisco, Damiana. Teresa, que su marido era pastor y vivía en la calle de La Rosa, en la misma casa que vivió mi marido. Él siempre me ha contado aventuras de cuando era niño, de la escuela y también de cuando se bañaban en el río.
Iglesia y pueblo
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Una de las viviendas del centro del pueblo de Murillo de Río Leza. Dicho pueblo, pertenece a la comarca de Logroño, se encuentra tan solo a 14 Km de ella. Está situado en La Rioja Baja, en las confluencias del Leza, que es un afluente del Ebro y del Jubera.
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Portada del Siglo XVIII |
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Arcos |
Y para terminar, lo único que me queda decir de aquél mi primer viaje a La Rioja, es que cuando llegó el día que teníamos que regresar a Valencia y, por supuesto la idea era salir temprano por la mañana para hacer todo el viaje de día.
Recuerdo que era un domingo, nos levantamos, preparamos todo, nos despedimos de todos y al bajar a la calle, nos llevamos la gran sorpresa, de que nos habían robado la Vespa ¡Que desilusión! todos los días aparcada en la puerta y salimos y ya no estaba.
Corriendo fuimos a la estación del tren a comprar billetes, pero no les quedaba, lo que si que nos vendían eran dos desde Zaragoza a Valencia. Así, que mis suegros nos tuvieron que llevar con el coche, hasta Zaragoza y ya desde allí nos fuimos en tren.
Por eso nunca olvido mi primer viaje a La Rioja, pero a pesar de todo he seguido viniendo, y de hecho ahora resido en esta bonita, tranquila y además una de las regiones de España con menos contaminación. "La Rioja".
Balcón florido
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